miércoles, 19 de enero de 2011

Bilbao (o las ideas preconcebidas)

Andaba yo con la mosca detrás de la oreja ante la convención anual de mi empresa que se iba a celebrar en Bilbao. Siendo como soy un “facha” (para todos aquellos que son incapaces de separar el amor que uno pueda sentir por su patria de los arquetipos y prejuicios anclados en los años 30 del siglo pasado y en toda la etapa de transición que abarca desde final de los 70 hasta hoy en día, ya que yo me denominaría patriota, sin ninguna acepción política y menos aún peyorativa) nunca había sentido un fervor exagerado por conocer Bilbao. Las imágenes preconcebidas o heredadas de dicha ciudad se limitaban a un entorno oscuro, mojado, hostil, industrial, lleno de gente “enemiga”, descuidada, violenta, soberbia y montada en el burro de la raza superior y el odio al foráneo, sobre todo si es español. Sin hablar del entorno terrorista de la sanguinaria ETA y sus lacayos de la “kale borroka”, que no es más que el gamberrismo organizado y escudado en un nacionalismo exacerbado, fomentado por políticos solamente interesados en mantener sus privilegios y secundado mayoritariamente por hijos de inmigrantes que para sentirse integrados tienen que ser más papistas que el papa, o más naZionalistas que el lehendakari.

“Anda la hostia, pues”, como dirían los autóctonos de mi ciudad destino. Pues resulta que, bendecido todo con un tiempo soleado y extrañamente agradable tratándose del mes de Enero, y sobrevolando unos paisajes preciosos coloreados en cientos de tonalidades de verde, con caseríos desperdigados por los montes como las manchas de una piel de vaca y rematado el entorno por acantilados y rías dignos de aparecer en cualquier revista de turismo que se precie, paisaje que como bien comentó un compañero al llegar parecía más el Tirol que un escenario español, nos plantamos en una ciudad limpia y acogedora como pocas.


Y que mejor me podía pasar que poder conocer una parte la ciudad de la mano de una persona autóctona, nacida en el propio Bilbao y conocedora de sus encantos, sus rincones secretos y sus Gildas (un pincho que nos supo a gloria a todos). Y si encima esta persona es aficionada a los viajes, tiene una cultura que sobrepasa en creces la media y le gusta explicar detalles y compartir sus pasiones con los demás: mejor, imposible. (Gracias Luis)

Los exteriores del Guggenheim con su perro “Puppy” cuidando de la caseta, la ría con sus preciosos y nuevos paseos que la bordean, las calles del centro, el “mítico” edificio desde el cual se precipitó James Bond en una de sus películas (valga esto como un guiño a nuestro guía), el antiguo almacén de vinos de Bilbao (¡a los habitantes se les quedó “pequeño” y eso que ocupa una extensión considerable, digamos que del tamaño de un campo de fútbol!) , llamado la Alhóndiga y reconvertido en un original y precioso centro cultural y multifuncional, así como la simpatía de la guía, de los camareros, la delicia de sus pinchos y el ambiente en general, me hicieron recapacitar de inmediato y sobre todo arrepentirme de no haber venido antes por estos lares.

A ciencia cierta que repetiré, ya sin prejuicios (o con menos) pero seguro que con muchas ganas de conocer un poco más esta parte de las provincias vascongadas, que por ideas preconcebidas he dejado de lado demasiado tiempo. Y como todos sabemos, tempus fugit.”

Por todo ello, una recomendación: si no la conoces, déjate caer por Bilbao en cuanto puedas.