Ya estamos inmersos en la vorágine de cada año. Bueno, me imagino que los 5 millones largos de parados de nuestra patria lo estarán menos, pero aún así seguro que muchos de ellos sucumbirán ante la “imperiosa” y “vital” necesidad (que no obligación) de comprar. No importa el qué. Prescindirán por un día de sus cañitas, sus finos, sus gin-tonics y sus devaneos sexuales carentes de amor, se rascarán los bolsillos e intentarán cumplir con el mensaje intrínseco de la “Navidad”, el que ordena gastar, cuanto más mejor, para mantener los ratios de venta de la economía occidental. Un 78% de las ventas anuales de artículos de perfumería, un 50% de los juguetes y otros porcentajes similares demuestran la importancia de la “Navidad” y su mensaje de paz y amor para el entramado de la sociedad capitalista y consumista.
Leía yo el otro día un genial artículo (en cuanto pueda añadiré aquí el nombre del autor) sobre la evolución del concepto navideño, la desaparición de la simbología cristiana, la aparición de nuevos “iconos” irremplazables, como el reno de nariz roja, el “Olentzero” en las provincias vascongadas, los omnipresentes “caganers”en Cataluña, que han copado ya gran parte del otrora bonito mercado de Santa Lucía de Barcelona, el orondo (y seguro que sudoroso) Santa Claus (reconversión del San Nikolaus católico) y demás sandeces que vemos por nuestras calles, y volví a sentir esa tristeza que en el fondo deberíamos de sentir todos en fechas tan señaladas, tan espirituales y tan manipuladas y desvirtuadas por la sociedad y el único combustible que la mueve, el maldito dinero.
No me extenderé más en describir lo que debería de ser la Navidad. Es de sobras conocido. Por lo menos por mis lectores.
Que la mayoría de la sociedad, entre jóvenes “des” o “contra” educados, inmigrantes de otras razas y religiones, activistas anti-iglesia promotores de bautizos y comuniones “civiles” pero renegados de cualquier cosa que huela a raíz cristiana, izquierdistas trasnochados pero consumistas (con el parné de los demás, eso sí) creadores de decorados navideños sin estrellas, reyes o pastores o las recién aparecidas promotoras de un novedoso desfile de “Reinas Magas”, en pos de la igualdad de género y de estupidez; que todos estos no sepan o no quieran saber lo que hay detrás de estas celebraciones, me la trae al pairo.
Pero que como mínimo le cambien el nombre, que dejen de llamarlo “Navidad”. Con la intercalación de un simple apóstrofe ya tengo bastante, de ser la Natividad de Nuestro Señor pasaría a ser la fiesta de los Na´vi, la raza de la película Avatar. Seguro que generaría más cash-flow. Y dejaría de molestar a aquellas personas que con todo convencimiento e inocencia celebramos el nacimiento de Jesucristo, sabedores en la mayoría de los casos de que son fechas reutilizadas, heredadas de ancestrales ritos paganos. Algo que no quita ni un ápice de valor a la celebración cristiana. Simplemente se trata de adaptar unos ritos y unas creencias a unas fechas concretas del calendario natural de la raza humana. Como la siembra o la cosecha.
Yo intentaré vivir estas fiestas con un mínimo de decoro y de espiritualidad, de fe y de oración. Y más me vale que mis oraciones sean escuchadas, ante los cambios que se avecinan en mi vida. Veré a algunos buenos amigos, reiré y cantaré con ellos, asistiré a la misa del gallo, disfrutaré, sin duda, de una gran comida familiar el día 25, daré lo que pueda y recibiré lo que me merezca. Tampoco pido más.
De todo corazón, Feliz Navidad a todos vosotros y vuestros seres queridos.