lunes, 21 de mayo de 2012

No sin mi móvil

Han pasado ya más de 4 años desde que se utilizó por primera vez la palabra “Nomophobia” ("no-mobile-phone phobia" ) en la prensa escrita, por lo que es de suponer que desde entonces habrán llovido más artículos sobre este tema que “tuits” del anterior gobierno disculpándose por el desastre de herencia que han dejado (o del actual ejecutivo por las promesas electorales incumplidas). El miedo de estar desconectado, sin cobertura del móvil o sin batería, o de perder al fiel compañero,  es ya un tipo de ansiedad que se estudia en las facultades de psicología, y una realidad que conocemos casi todos. Por mucho que lo queramos negar, o critiquemos a los demás cuando creemos que hacen un uso abusivo de su móvil u ordenador, si nos miramos al espejo seguro que nos descubriremos tecleando a espaldas de nuestra propia imagen el último emoticón para cerrar una frase en el Whatsapp o en cualquiera de los demás canales, redes o programas que utilicemos habitualmente para comunicarnos con nuestros conocidos, al estilo de lo que cantaban los Ilegales con aquello de Hay un tipo dentro del espejo que me mira con cara de conejo (y teclea sin parar)”.  

Y lo de conocidos también es un decir, porque como bien sabemos una gran parte de estos contactos no son nada más que otro nombre de una lista que crece a marchas forzadas cual virus maligno (siempre y cuando no le pongamos remedio con un mínimo control de los impulsivos clics al botón de “Seguir” o “Me gusta”). Hasta da la sensación en determinadas ocasiones  que los programadores han conseguido convertir al ratón en un autómata teledirigido que inexorablemente avanza hacia la zona de pantalla comercialmente interesante para la empresa propietaria del servicio en cuestión. ¿Cómo si no se puede entender que una empresa como Facebook pueda salir a Bolsa por un importe de 105.000 millones de dólares, valor que sitúa a esta “red social” en la posición 60 o por ahí en el ranking por producto interior bruto, superando a países como Croacia, Uruguay, Bielorrusia o Ecuador?

¿Cabe por lo tanto preguntarse si estamos enfermos o debemos asumir esta “dependencia” como una más de las evoluciones de la sociedad que se integra de forma progresiva y acaba siendo parte misma de la esencia de la vida del ser humano en la actualidad, como ya pasó en otras épocas con la electricidad o la televisión? (Aunque minorías como los Amish no hayan querido asumir un avance como la corriente eléctrica, o en curiosas “ciudades” como “Freetown Christiania en Dinamarca vuelva a imperar lo del trueque y el clásico “te cambio a tu mujer por 3 ovejas").
En este artículo he evitado conscientemente usar el nuevo (pero ya viejo) truco de recurrir a Google para  buscar algún artículo sobre el tema,  a sabiendas de lo poco que yo podría aportar a un tema intrincado entre la sociología y la psicología. Doctas personas hay en el mundo para todos los temas, por lo que seguiré el refranero español (algo que nuestro anterior presidente no tuvo el detalle de hacer) y me aplicaré lo de “Zapatero a tus zapatos”.
Lo que si me atrevo a relatar es la utilidad que le estoy dando yo mismo a ese pequeño  dispositivo que me acompaña día y noche en mi aventura en Madrid. Tampoco hago nada del otro mundo que no hagan el resto de usuarios “adictos” al móvil inteligente: sacarle el máximo provecho a las diferentes utilidades que nos brinda; pero imaginarme un cambio de ciudad, de trabajo y la soledad de encontrarte en un entorno desconocido desconectado de golpe de todos tus amigos, sin tener la posibilidad de recurrir a la magia del pequeño amigo, se me hace harto difícil. Aunque en mi caso el tema de la pérdida de amigos se haya visto compensada con creces por el gran recibimiento y la dulce acogida que me ha dado la extensa familia Ramiro Torres (y sus amigos), algo muy diferente a la virtualidad y temporalidad de las relaciones en las redes sociales: personas a las que hacía 20 años que no veía y con las que me siento como en casa, o mejor dicho, bastante mejor que en casa. Esto no hay dispositivo que lo supere, aunque, para ser sinceros, se trata de un caso excepcional en la sociedad actual, en la que priman las prisas, la inmediatez y el “aquí te pillo aquí te mato”, frente a la fidelidad, el amor sincero y la perseverancia, pero eso ya es harina de otro costal, harina por cierto de calidad suprema e irremplazable.
Volviendo al aparatito, la descripción  de un día festivo cualquiera en Madrid (obvio los laborables por carecer de misterio, actividades placenteras o ilusiones: todos sabemos bien que los días de obligada presencia en la empresa son días que están simplemente ahí para rellenar el tiempo que separa los fines de semana) podría ser la siguiente:
Levantarse, consultar el tiempo con un ligero clic, arreglarse y salir a la aventura y el descubrimiento de los alrededores de la mano de tu móvil es lo mejor que se ha inventado desde que desparecieron la OJE (o agrupaciones similares), sus monitores y sus campamentos. Algo así ya solamente se puede encontrar en el “Camino de Santiago”, pero por desgracia no podemos pasarnos la vida de albergue en albergue. La pertinente y necesaria aplicación de los transportes urbanos, excelente en este caso la del Metro de Madrid, te lleva sin pérdida y por el camino más rápido a tu punto de destino, en el que utilizas cualquier aplicación diseñada para turistas que te “geolocaliza” y te muestra todo lo interesante que tienes a tu alrededor, incluyendo no solamente la parte comercial, que prima mucho en esto de las redes sociales, sino también la parte cultural, con enlaces a la historia del lugar, a la descripción de sus monumentos o simplemente al callejero de la ciudad, lo que te facilita, por fin, descubrir (o recordar) quién era Eloy Gonzalo, el mítico Cascorro,  o a quien está dedicada la Plaza de Olavide en Madrid, en la que estás degustando una tapitas con los amigos. Si encima aprovechas esto para examinar a tus conocidos sobre cuánto (o cuan poco) saben de su propia ciudad y esto deriva en una interesante conversación sobre ser turista en tu propia ciudad o lo poco que conocemos de nuestro alrededor y de nuestra historia, mejor que mejor. Inmortalizas el momento con otro ligero movimiento del dedo, haciendo una o varias  fotografías sin preocuparte si el carrete es de 24 o de 36, y encima con el resultado directamente a la vista para mayor disfrute de los contertulios, y, si procede, de otras personas ajenas a la situación a las que les haces llegar, para compartir tu felicidad, la instantánea de ese momento tan especial que estás viviendo. 
Y si de golpe te apetecen unos buenos caracoles, sabedor que en esta ciudad también se consumen, aunque con menos afición y bastante más insípidos que en otras regiones, pues tiras de aplicación y acabas descubriendo un local antiguo, clásico, con unos moluscos gasterópodos ciertamente sabrosos y encima en un local enclavado en el mismo centro del casco histórico de Madrid, léase la calle de Toledo. Rematar esto enviando una foto de los hervidos animalitos en su salsa a un conocido para ponerle los dientes largos no tiene precio. Y cae el primer beso de complicidad que le das a tu móvil, beso por cierto con sabor a guindilla y laurel, ya que el aparatito ha acabado ligeramente pringado de salsa caracoliana. Nada grave. La batería sigue con media carga y la cobertura es excelente. No estás perdido.
Y así podría seguir relatando el resto de mis salidas por Madrid, pero no creo que haga falta entrar en detalle: mis apreciados lectores saben bien de que hablo.
Bien llevado, sin caer en la tentación de ser guiado o teledirigido como una oveja por el Foursquare o similares aplicaciones comerciales, utilizando las facilidades que te brinda la tecnología para aprender, encontrar, compartir y disfrutar, el móvil no tiene precio.
Pero como cualquier herramienta, depende, y mucho, de las diestras manos que lo utilizan. Como la espada o la pluma. Si a un lelo sin preparación le das un bisturí te puede desgraciar cualquier cuerpo, por sano que esté,  en un santiamén, y si a un adolescente (o adulto) inculto, heredero del nefasto sistema educativo que sufre nuestra juventud actual, le regalas a destiempo y sin explicarle los aspectos negativos del artilugio, un móvil de última generación y encima con tarifa plana, los efectos pueden ser más negativos que dejarle ver Telecinco  en casa. Evitar esto se llama educación, y gracias a Dios es una tarea de la que me he salvado al no haber sido padre. Ese Dios, que en su inmensa sabiduría sabe bien lo que se hace: no creo que yo hubiera sido un buen ejemplo para una posible prole, por lo que no me quejo y hago mía la frase de Garth Brooks” Sometimes I thank God, for unanswered prayers”. En esto y en muchos otros temas, como el de conocer a la mujer de tus sueños, o cambiarlo todo por una temporal e intrascendente victoria de tu equipo, todos debemos agradecer a la providencia no haber atendido nuestras suplicas a las primeras de cambio (como ya he explicado en alguno de mis anteriores artículos).
Cabría igual criticar situaciones como ver a una familia entera sentada en el sofá sin mirarse a la cara pero enganchada a varias minúsculas pantallas, para acabar descubriendo que están   jugando al “Apalabrados” entre ellos, en vez de rescatar los “Juegos Reunidos Geyper” que descansan envueltos en moho y polvo en algún trastero, o bendecir  la existencia del aparatito cuando estás solo en casa y de golpe oyes el aviso de tu Whatsapp y ves un mensaje de una persona querida (Lupe, Elisabeth, Chirri, Sebas, Manel..) pero lejana físicamente. Mil historias podríamos contar aquí, para lo bueno y para lo malo.
Pero como en casi todo, depende de uno mismo si le das un buen uso a tu vida (o a la herramienta que el destino pone a tu disposición). Y si no lo haces bien y acabas siendo tan raro que crees que el Iphone es tu hermano pequeño, siempre puedes  ayudar  a los esforzados profesionales de la psicología,  que aunque en muchos casos parezca que están más allá que tú mismo (va con todo mi cariño, Sagrario), sí que necesitan pacientes para seguir comiendo.
Eso sí, intenta que tu terapeuta deje el móvil apagado antes de ponerse a hablar contigo. Si no podéis acabar los dos tumbados en el mismo diván preguntado y respondiendo a base de clics, “Me gusta” y “Ya no me gusta”. Y para eso seguro que ya existe alguna aplicación en el mercado: como mínimo la de “Psiquiatras a mil”, que con un simple clic y la geolocalización activada se pasan por tu domicilio en un santiamén y por un módico precio te pegan una mini charla para curar tus males.



Aunque mejor que eso siempre será usar la aplicación de “Mahou”, que te muestra el bar más cercano que sirva el preciado líquido bien tirado, a su justa temperatura y acompañado de alguna buena tapita y una agradable conversación con los parroquianos.
Por lo menos aquí en Madrid esto funciona. Y muy bien.


Y si la aplicación no encuentra nada, pues al Nacho’s. Que es una garantía, aunque a veces abra un poquito tarde.


P.D. Justo un día después de salir a Bolsa y de publicarse este artículo, las acciones de Facebook han caído un 11%. Igual tienen razón los analistas que afirman que a Facebook le falta entrar en el mercado del teléfono móvil. Ya lo dice este artículo, querido Mark "Montaña de Azúcar", "No sin mi móvil!" 

2 comentarios:

  1. Yo, Ernesto, sinceramente pienso que estamos enfermos. Las relaciones sociales han dejado de ser físicas para convertirse en virtuales.

    Yo estoy aterrado. Recuerdo que, hace tiempo, vi una película en la que los hombres y las mujeres mantenían relaciones sexuales conectados a una máquina de realidad virtual.
    Eso está a la vuelta de la esquina, amigo... y, la verdad, creo que todavía soy demasiado joven.

    Un abrazo, madrileño.

    NOTA. Tranquilo. Estaba de broma con lo del sexo virtual. La nueva burbuja de las telecos no durará mucho, como bien predices.

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  2. Me suento muy identificada, vivi lo mismo.... hace 10 años, y tuve ganas de repetir al siguiente, pero sin mi movil habria enloquecido!!!

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