miércoles, 9 de octubre de 2013

Idiomas que unen, lenguas que separan

Cuanto me duele ver una sociedad plurilingüe, como lo es la española, tirar por la borda las bondades y las ventajas que ello supone, por simples intereses crematísticos, temporales y anacrónicos.  Más aún cuando los propios impulsores de un monolingüismo uniforme y dictatorial, como en el caso de Cataluña, usan en muchos casos el idioma que quieren apartar o devaluar como lengua propia, tanto en su vida particular como laboral.  Es decir, que están mintiendo a los ciudadanos, pregonando una cosa pero haciendo totalmente lo contrario (un claro ejemplo de ello es la escolarización de sus vástagos en caras escuelas extranjeras y de renombre, a fin de evitarles el suplicio de una educación dirigida y anular con ello sus perspectivas laborales futuras). De ahí emana lo artificioso y antinatural de cualquier nacionalismo, que intenta utilizar bienes profundos, culturales e históricos para pescar en las aguas revueltas de una sociedad inculta y manejable. Sociedad la nuestra que, vistos los resultados del reciente informe de “Evaluación de la Competencia de los adultos" (Programme for the International Assessment of Adult Competencies ,PIAAC, en inglés), es más fácil de engañar, amaestrar y manipular que cualquier chimpancé de circo o caballo de la Escuela Española de Equitación de Viena.

Los idiomas, y lo he dejado patente en muchos de mis escritos, abren las mentes, facilitan la comunicación y el enriquecimiento personal, permiten conocer a tu interlocutor y su cultura, entender su manera de ser y de pensar, en definitiva, unen. Y como bien sabéis vosotros, mis pocos pero fieles lectores, puedo hablar con propiedad de estos temas, ya que he tenido la ventaja de criarme en un ambiente familiar trilingüe, al que a lo largo de mi vida y formación se han ido incorporando 3 idiomas adicionales, lo cual me permite hoy en día comunicarme y entenderme en 6 lenguas diferentes, en algunas con un nivel nativo, en otras con un nivel inferior, pero en cualquier caso muy superior al falso “nivel medio de inglés” que relumbra en la mayoría de los curriculums de los jóvenes españoles y que, según recientes estudios, es equivalente al nivel de un niño de 6 años del país en el que se habla el idioma en cuestión.

Todo esto viene a cuento de un episodio vivido este fin de semana pasado en Madrid, en concreto en la parroquia católica alemana de la capital, a la que asistí a misa dominical buscando un poco de recogimiento y un mucho de acercamiento al mundo germano del que he perdido contacto desde que me instalé en esta magnífica urbe llamada Madrid.  En un ambiente agradable, una iglesia preciosa y con bastantes fieles en las bancadas, la mayoría de ellos por cierto jóvenes con niños, los dos curas oficiantes me sorprendieron positivamente con una misa casi bilingüe, intercalando lecturas en español antes del Evangelio y rematando todo con una homilía interesante, y de nuevo bilingüe, comparando la expresión “Gnade” alemana con su traducción española “Gracia”. No entraré en más detalles sobre este discurso, pero sí que me quedo con la cara de satisfacción de todos, con la atención que prestaban grandes y chicos a las palabras del párroco  y con el ambiente multicultural que impregnaba todo.

Si a esto sumamos la sorpresa final, en forma de “Oktoberfest” o “Fiesta de la Cerveza” que se celebraba en la sala anexa al finalizar la misa, y a la que raudo y veloz me apunté y conseguí convocar a unos cuantos amigos más, el día fue más que redondo.

Españoles bajitos vestidos de tiroleses, alemanes de considerable altura atendiendo a los clientes en un perfecto castellano pero con sus erres guturales que tanto me recuerdan a mi madre que en paz descanse, familias con hijos intercalando palabras y palabros en ambos idiomas, un camarero español pidiéndome ayuda al estrenar un barril de Paulaner, perdido ante la misión de llenar un Maßkrug alemán (jarra de litro), música folclórica a un volumen tolerable y alegría y bienestar por doquier, con mis amigos que se presentaron prestos y sin dilación a compartir unas jarritas y unas buenas salchichas; todo ello contribuyó a que me sintiera a gusto, sin esa tensión que impregna la vida diaria en España y Cataluña con sus disputas nacionalistas y partidistas, cortas de mira y poco humanas, haciendo mal uso de la historia, de la cultura y de los idiomas para separar en vez de unir.





Usando sus viperinas lenguas para fomentar el odio al foráneo. Al enemigo de turno creado de forma artificial para justificar sus propios actos e intereses ocultos.

Lo dicho, idiomas que unen y lenguas que separan.


Vaya diferencia

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