miércoles, 10 de enero de 2018

Carta a los tabarnienses

Queridos hermanos:

Mucho se ha escrito ya sobre el fenómeno de Tabarnia (el último y acertado comentario sobre el particular lo publicó hace bien poco el buen amigo Jorge Buxadé en su blog, adelantándose en horas a estas líneas que redacto en este momento).

A saber: la campaña de una Tabarnia autónoma que englobe las comarcas más productivas y menos nacionalistas de Cataluña es una idea bien argumentada que surgió hace bastantes años, en la que se ponen en tela de juicio las desigualdades existentes en Cataluña en cuanto a la aportación a la riqueza y al bien común y a la recepción de sus platos de lentejas en forma de subvenciones a cambio de apoyos y sobre todo votos. 

Y como el maldito nacionalismo va exactamente de esto, durante muchos decenios no ha dudado en aprovecharse de los defectos de la ley electoral vigente en Cataluña y de la facilidad para repartir prebendas, en aras de ganarse el voto cautivo y sumiso de las regiones interiores de Cataluña.

Y todo ello con unos objetivos muy claros: enmascarar su mafioso y bien organizado latrocinio y de paso ocultar y silenciar la realidad social de esta bella región española llamada Cataluña. Bien aderezado el montaje con leyendas, mitos, invenciones, sangrantes mentiras y la infinita  desfachatez de los “líderes” nacionalistas y separatistas para vender la moto a los incautos y abducidos ciudadanos y lucrarse de manera exagerada y hasta vomitiva, enarbolando para ello una sucia, inventada y partidista bandera de confrontación y fanatismo.

Y no seré yo el que critique este “revival” de la idea de Tabarnia, más aun siendo tabarniense de nacimiento, ni su reciente y bien ruidosa explosión en las redes sociales y los medios de comunicación, tanto nacionales como extranjeros. Como ya se ha comentado y analizado en infinidad de artículos de prensa, la campaña de Tabarnia ha servido, y mucho, para desmontar uno a uno los simples e infantiles argumentos del separatismo catalán, respondiendo a sus sinrazones con sus mismas armas. Un nítido espejo para su estupidez en el que se han visto reflejados de tal manera que hasta se han puesto nerviosos, como si fueran niños pequeños a los que han pillado robando caramelos.

Pero, en mi modesta opinión, toca parar. No seamos ingenuos e infantiles (y listos) utilizando esta gracia hasta el hastío, explotando su repercusión social, inventando (y vendiendo) banderas, escudos y seguro que pronto también sudaderas, fundas para móviles y en cuanto llegue el buen tiempo toallas, playeras, hamacas y sombrillas.

No hay chiste, ocurrencia, eslogan o idea táctica, por muy buenos que sean, que puedan estirarse hasta el infinito, ya que dejarán de tener sentido, serán copiados (véase el nacimiento de Ribernia, de Vasconia y demás clones tabarnienses) y extremadamente fáciles de ridiculizar y desmontar.

Porque al igual que hemos podido acabar con el nacionalismo y sus mentiras a base de verdades, cifras, argumentos, historia, cultura e intelecto, cualquier persona mínimamente preparada (esto no incluye obviamente a Rufi, Marta y el resto de la banda, título de un futuro artículo) podría acabar con la campaña de Tabarnia en un abrir y cerrar de ojos.

Como símil podríamos usar lo que dice San Pablo en su carta a los Gálatas:

“Ahora bien, si al buscar nuestra justificación en Cristo, resulta que también nosotros somos pecadores, entonces Cristo está al servicio del pecado. Esto no puede ser, porque si me pongo a reconstruir lo que he destruido, me declaro a mí mismo transgresor de la Ley.”.

No podemos echar por tierra el tremendo esfuerzo llevado a cabo en los últimos decenios por miles y miles de catalanes y españoles de otras regiones, con su explosiva culminación en octubre del año pasado en las manifestaciones civiles en Barcelona y la victoria (en número de votos) en las últimas elecciones autonómica de la razón, la libertad y la justicia frente a la anacrónica barbarie separatista, siguiendo “in aeternum” con el jueguecito tan divertido de Tabarnia, del yo más, del tú qué y de la estúpida confrontación.

Y me permito citar de nuevo a San Pablo:

Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor.  Porque toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose los unos a los otros

Esos deseos carnales que simbolizan el egoísmo, el egocentrismo, el yo frente al nosotros, no tienen nada que ver con el espíritu de libertad, de unión, de solidaridad y de justicia que la sociedad civil catalana, sin la ayuda de los siempre interesados partidos políticos, ha sacado a relucir en estos últimos meses.

Una sociedad civil cansada de desigualdades, de imposiciones, de separatismos, de injusticias, de favoritismos, de robos y de confrontaciones inventadas y dirigidas.

Barcelona es Barcelona, Tarragona es Tarragona, Gerona es Gerona y Lérida es Lérida. Y todas ellas son provincias españolas de la bonita, histórica y querida región catalana, parte intrínseca de nuestra milenaria nación, España.

Como lo son La Coruña, Álava, Albacete, Alicante, Almería, Asturias, Ávila, Badajoz, Islas Baleares, Burgos, Cáceres, Cádiz, Cantabria, Castellón, Ciudad Real, Córdoba, Cuenca, Granada, Guadalajara, Guipúzcoa, Huelva, Huesca, Jaén, La Rioja, Las Palmas, León, Lugo, Madrid, Málaga, Murcia, Navarra, Orense, Palencia, Pontevedra, Salamanca, Segovia, Sevilla, Soria, Santa Cruz de Tenerife, Teruel, Toledo, Valencia, Valladolid, Vizcaya, Zamora, Zaragoza, Ceuta y Melilla.

Como bien reza el lema del escudo de Tabarnia presentado “en sociedad” hace pocos días:


Acta est fabula.



 La función ha terminado.


La de Tabarnia también.


P.D.: Y que conste que la maravillosa idea de Tabarnia ha conseguido bastantes más firmas que votos  han arañado algunos de los enfermos partidos que quieren dividir nuestra sociedad y nuestra patria.






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